miércoles, 30 de enero de 2013

Entre la tradición y el "underground"

El grupo de Bogotá La 33 combina la actitud rock con la tradición de la salsa y los sonidos de estilos como el boogaloo y la descarga

El grupo salsero colombiano La 33./elpais.com
A comienzos de enero, poco antes de que su nombre nuevamente estremeciera a toda América Latina, aunque esta vez por la polvareda que levantaron sus polémicos tuits sobre la actual situación política de Venezuela y la salud del presidente Chávez, el legendario salsero Willie Colón empleó su cuenta de la red social del pajarito azul para recomendarle a sus seguidores a Bacalao Men. “Está chévere. Nice!”, expresó el artífice nuyorican, al que se le debe el protagonismo del trombón en el género, y que formó célebres tándems junto a Héctor Lavoe y Rubén Blades a lo largo de su prolífica trayectoria, acerca de la agrupación caraqueña que fijó recientemente residencia en Miami. Y es que el combinado creado en 1999 promueve una manera diferente de comprender y redimir la salsa, primordialmente la llamada brava, a partir de la impronta ecléctica de sus integrantes. Casi todos tienen un pasado importante en el rock, especialmente su líder, el bajista y cantante Pablo Estacio –referente en los ochenta del post punk de la cuna de Bolívar–, lo que ha permitido la elucubración de un sonido híbrido en el que también fluyen el funk afrodisíaco, el lado oscuro de la electrónica, el hip hop y la psicodelia.
Mientras Bacalao Men prepara su cuarto álbum de estudio, el sucesor de Sabaneando (2011), los países de la región en los que la salsa se arraigó como un estilo de vida han sido testigos, al menos en la última década, del auge de proyectos abocados al género erigidos por músicos formados en la cultura rock. No obstante, este fenómeno, que sucede en simultáneo con la aparición de orquestas y grupos de la escena salsera conformados por jóvenes que dieron rienda suelta a un modesto repertorio original –antes que resignarse a la reproducción de esos clásicos imposibles de superar–, ofrece dos variantes: la que apela a la fusión o la que apuesta por la recreación del estilo. En ese sentido, el grupo colombiano La 33 comanda el conglomerado de agrupaciones que rescataron el espíritu proletario del sonido engendrado en las calles de Nueva York y de las metrópolis caribeñas, que alcanzó su época dorada en la década de los sesenta y setenta, pero que, gracias al flirteo de sus integrantes con el pop, el heavy metal, el punk o la electrónica, caló hondo en las nuevas generaciones de público de su país, sobre todo en una audiencia ajena al circuito musical tropical.
“Si bien un rockero es muy diferente a un salsero, en su forma de vida o en la manera de moverse sobre el escenario, respetamos la salsa e intentamos hacerla lo más pura posible. A partir de esa base, y de nuestras ganas de encontrar una identidad y un sonido propio, el grupo se destacó por tener un tinte diferente”, argumenta Sergio Mejía, director y bajista del conjunto establecido hace 12 años en Bogotá, en parte, como respuesta a la dictadura del reguetón en la noche capitalina, antes de su debut en Buenos Aires, a comienzos de enero, en la discoteca Niceto Club. “Tras estudiar la salsa de los sesenta y setenta, que era ese sonido neoyorquino y caribeño que nos gusta, rescatamos la agresividad que se perdió en los ochenta, década en la que ese sabor callejero tomó rumbo para otro lado y fue reemplazado por una onda muy pop. Retomamos, entonces, esa impronta más antigua, fundamentada en el boogaloo, la descarga y otros estilos, y la volvimos a posicionar, aunque con elementos diferentes, un poco por el background de cada músico. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, seguimos aprendiendo”.
La 33 irrumpió en una época en la que el fascinante underground bogotano se preparaba para el recambio no sólo generacional, sino musical, con el indie y la música dance entre sus principales bastiones sonoros. Por eso, substancialmente en sus primero años, fue considerado, por esa misma condición contextual e insular, una agrupación de culto. “Creo que eso se debió a dos cosas: a ese rescate del sonido que en algún momento se perdió, pero que un montón de gente, tanto en Colombia como en el resto del mundo, continuó consumiendo y consultando, a manera de referencia esencial, porque muchos coleccionistas de salsa siguieron comprando esos discos y escuchando música vieja. Así que una generación de público se quedó prendada a ese tipo de salsa, y no me refiero sólo a los intelectuales, sino a todas las clases sociales”, describe Simón, cuyo liderazgo en la banda lo comparte con su hermano Santiago, pianista y coordinador de la orquesta que tomó su nombre de la calle en la que se encuentra su sala de ensayo. “Al mismo tiempo, la juventud que tiene el grupo, esa apariencia rockera, atrajo también a una audiencia más joven”.
Ahora que se encuentra en proceso de realización la adaptación cinematográfica, puesta en marcha por el director Carlos Moreno, de la venerada novela ¡Qué viva la música! (1977), de la hoy estrella de pop de la literatura colombiana, el desaparecido Andrés Caicedo (se suicidó a los 25 años, tras recibir una copia del libro), en la que la salsa y los Rolling Stones confeccionan la banda de sonido del argumento, La 33 podría suponerse como el insólito arrebato de la imaginería del escritor caleño. Lo cierto es que el grupo bogotano es el conjunto de cabecera de un sector de estudiantes universitarios que sigue con devoción el rico heraldo salsero local, que tiene en el célebre Joe Arroyo a su figura universal. A pesar del respeto por esa iconografía, el conjunto del barrio de Teusaquillo salió adelante con un repertorio en el que paulatinamente predominaron las canciones propias. “Las discotecas siempre nos exigían que tocáramos versiones porque la gente baila lo que conoce. Si nadie sabe quién eres, mover la pista no es tan sencillo”, afirma el bajista y director. “De forma que, aparte de nuestros temas, incluimos música que ya existía para que nos ayudara a lidiar con el público”.
Así que además de La pantera mambo, una adaptación del tema de La Pantera Rosa, de Henry Mancini, o de atreverse a improvisar un intro inspirado en Something About Us, de Daft Punk, La 33 ha consolidado un repertorio original fundamentado en la salsa brava, llamada asimismo salsa dura. No obstante, el revestimiento de ésta por un brío desprendido del rock y sus variantes, del disco o del jazz evoca los experimentos que consumó el colectivo Fania All Stars en los setenta, patentado en álbumes como Latin Soul Rock (1974), Rhythm Machine (1977) o Spanish Fever (1978), camino que han seguido otras formaciones colombianas, de las que destacan los antioqueños Banda La República. “Nosotros no fusionamos directamente, pero, a partir del surgimiento de La 33, hubo un par de propuestas que mezclaron salsa y rock. No tuvo un desarrollo significativo aún, aunque de a poco están dando sus frutos”, apunta Mejía. “Sin embargo, hay una influencia que nos antecede, que no se dio tanto hacia la salsa, sino por la música afrocolombiana, que fusionó con el rock los ritmos de nuestras costas. Desde ese momento, hubo un interés muy grande por estudiar el folclore local”.
A pesar del éxito que ha tenido esta nueva avanzada de artistas de la nación cafetera, que han mixturado la tradición con la modernidad musical y cultural, grupos como Bomba Estéreo, Los Piraña y hasta La 33 no pudieron calar en el dial nacional, por lo que han tenido mayor proyección en los medios extranjeros que en los de su país. “Este underground es un movimiento nuevo, que en Colombia tiene cierta fuerza, pero sigue siendo muy desconocido”, se lamenta el mandamás de La 33. “Lo que mejoró muchísimo es la manera de mover a las bandas hacia el exterior, pues todo el mundo está pendiente. En Colombia, la música folclórica o de fusión no tiene espacio en la radio, y es complicado llegar a eso, a que la música trascienda dentro del país. Y me parece que esto ocurre más fuera que dentro. Igualmente, los problemas políticos que han estado permanentemente entre nosotros, influyeron en el desarrollo de la cultura. Por ahí leí una frase que decía que en los sitios donde hay crisis, el arte crece mucho más en comparación a los no los tienen. Digamos que si es verdad, buena parte de nuestra música ha estado marcado por esa circunstancia”.
Tras quemar un sinfín de cartuchos de soul, jazz y electrónica, el productor y músico británico Quantic se instaló en Cali, el gran salsódromo colombiano, hechizado por el estilo. Y su decisión fue atinada, pues, desde que llegó a la urbe enclavada en la cordillera de los Andes, no hizo más que poner a bailar a públicos de todo el mundo a través de sus laboratorios tropicales Quantic Presenta Flowering Inferno, Combo Bárbaro y Ondatrópica (los dos últimos abocados a los sones populares de la nación sudamericana). No obstante, pese a la propuesta revitalizadora de La 33, discos como Fania DJs Series (2007), en el que el productor radial y musical inglés Gilles Peterson remezcla a la Fania All-Stars, o proyectos del temperamento de Sidestepper, donde la electrónica le da la mano a los ritmos afrocolombianos y, por supuesto, a la salsa, han demostrado una apertura contemporánea del género hacia la renovación. “Claro que se puede”, señala Simón, mientras prepara el cuarto álbum de su grupo. “Uno tiene que ser cuidadoso y aprender a hacer las cosas. No es que La 33 vaya a empezar a hacer salsa electrónica, pero si un DJ nos llama para pedirnos un tema nuestro para remixarlo, se lo damos”.