jueves, 23 de enero de 2014

En estos veinte años

Este clima de indiferencia respecto a la calidad de las obras puede en gran medida venir propiciado por la época que nos ha tocado vivir, pero también puede haber sido generado por los cambios experimentados por el sector editorial, el cual ha sufrido tres grandes revoluciones a los largo de los últimos veinte años

Ver  a un niño que leee, me alegra la vida./lavanguardia.com
A mediados del pasado mes de junio, en una entrevista realizada por Laura Revuelta para el suplemento ABC Cultural, el escritor Javier Marías denunciaba un ‘rebajamiento del nivel de exigencia, del nivel de expectativa y del nivel de interés también’ de la sociedad española respecto a la literatura. Y, para reforzar semejante afirmación, el académico lanzaba un reto a la periodista, instándole a confrontar la lista de más vendidos de hace veinte años con la actual, comparación que, según el autor de ‘Los enamoramientos’, demostraría que ‘se ha producido una especie de enorgullecimiento de la ignorancia’ en la sociedad española. En otras palabras: se evidenciaría no sólo que la gente lee peores libros, sino que además no siente remordimiento por ello.
En Qué Leer hemos recogido el guante lanzado por Marías y hemos contrastado la lista de más vendidos de aquel entonces con la de hoy en día, llegando a la conclusión –por otra parte evidente- de que realmente ha habido un cambio en los hábitos de lectura de los españoles. Si nos remitimos al suplemento El Cultural (en aquella época propiedad del periódico ABC) del 18 de junio de 1993 –veinte años justos a partir de las declaraciones de Marías-, nos encontramos con que los autores de mayor éxito comercial eran, en este orden, Antonio Gala (‘La pasión turca’), Arturo Pérez-Reverte (‘El Club Dumas’), Juan Marsé (‘El embrujo de Shangai’), Juan Madrid (‘Los días contados’), José Luis Sampedro (‘Mientras la tierra gira’), Rosa Montero (‘Bella y oscura’), Manuel Vicent (‘Contra paraíso’), Agustín de Foxá (‘Madrid, de Corte a Checa’), Juan Carlos Onetti (‘Cuando ya no importe’) y Luis Sepúlveda (‘Un viejo que leía novelas de amor’). Quizá las novelas referenciadas no fueran las mejores de sus respectivos autores, pero esperen a leer la lista de más vendidos del mismo suplemento (en la actualidad propiedad del periódico El Mundo) en la fecha de las citadas declaraciones para sacar sus propias conclusiones: Dan Brown (‘Inferno’), Sylvia Day (‘Atada a ti’), Javier Sierra (‘El maestro del Prado’), Rosa Montero (‘La ridícula idea de no volver a verte’), Camila Läckberg (‘Los vigilantes del faro’), Albert Espinosa (‘Brújulas que buscan sonrisas perdidas’), Gleen Cooper (‘El fin de los escribas’), George R.R.Martin (‘Danza de dragones’), Julio Llamazares (‘Las lágrimas de San Lorenzo’) y E.L. James (Trilogía ‘Cincuenta Sombras’).
Antes de continuar, vaya por delante que no hay absolutamente nadie en el sector editorial que ponga la mano en el fuego por el modo en que se realizaban las listas de más vendidos hace veinte años, llegando a darse casos de personas que las desacreditan directamente: ‘En aquel entonces, las listas eran prácticamente ficticias –sentencia con rotundidad Juan Manuel Cruz, presidente de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL)-. Las librerías cambiaban la información según la relación que tenían con tal o cual editorial y, además, los datos que proporcionaba dependían más de la opinión personal del librero que de la realidad comercial en sí, es decir, se decía lo que debería venderse y no lo que se vendía realmente. Un ejemplo de esto es que, veinte años atrás, la editorial Planeta se quejaba de que sus libros no salían casi nunca en dichas listas, cuando en verdad era el grupo que, lógicamente, vendía más’. Actualmente, esto ya no ocurre, o al menos no con tanta frecuencia, ya que la aparición de Nielsen BookScan, instaurado en España desde 2004, destapó la realidad lectora de este país. ‘Hubo un momento en que el sector editorial maduró y se empezó a fijar en cómo se hacían las cosas fuera –comenta Pedro Domínguez, responsable de Nielsen BookScan en España-, lo que provocó que en este país se empezara a ser sincero a la hora de reconocer qué se leía realmente’.
Así y todo, resulta evidente que ha habido un cambio de paradigma en los hábitos de lectura de los españoles y, pese a que la comparativa antes mostrada pueda ser puesta en entredicho debido a la poca fiabilidad de los datos proporcionados por los libreros de antaño, todos los entrevistados para este reportaje denuncian la misma pérdida de criterio por parte de la masa lectora a la hora de elegir los libros con los que habrán de entretenerse, resumiéndose su opinión en dos puntos: uno, hace veinte años los autores en lengua castellana tenían una influencia mucho mayor sobre la sociedad, y dos, los lectores de antaño tenían un nivel de autoexigencia cultural muy superior al que demuestran en la actualidad. Así pues, Javier Marías tenía en gran medida razón en su denuncia sobre el cambio de paradigma, lo cual nos permite lanzar unas cuantas preguntas de no poca enjundia: ¿qué ha ocurrido en apenas dos décadas para que los gustos hayan cambiado tanto?, ¿es lícito afirmar que las novelas de antaño eran cualitativamente mejores que las contemporáneas?, ¿qué responsabilidad tienen los escritores y los agentes culturales en esta transformación?…
El crepúsculo de la literatura
La escritora Rosa Montero es la única afortunada que aparece en ambas listas, por lo que parece de justicia que sea la primera en opinar sobre el cambio de paradigma literario apuntado por su colega: ‘Durante el franquismo, los españoles no leíamos autores españoles porque la dictadura destrozó el tejido cultural, pero, tras la muerte de Franco, surgió la llamada Nueva Narrativa y se produjo el natural reencuentro de los ciudadanos con sus autores. De alguna manera, la Transición fue una especie de proceso adolescente que atravesó nuestra sociedad, y los adolescentes, ya se sabe, necesitan pensarse todo el rato para construir su identidad. Así que hubo una luna de miel, que todavía perduraba en el 93, en la que toda la sociedad estaba empeñada en leer autores españoles, en reencontrarse, en redescubrirse, en renombrarse. Por el contrario, ahora los lectores españoles detestan a la sociedad española actual, así que el impulso soterrado es el de alejamiento de todo lo español, incluida la literatura’.
La teoría de Rosa Montero apunta un problema de talante sociológico y ni siquiera insinúa la posibilidad de que los escritores españoles de hoy en día hayan decepcionado a sus lectores naturales, haciendo que éstos busquen en otras latitudes un tipo de narrativa que ya no encuentran aquí. En realidad, todas las personas consultadas coinciden en que el distanciamiento entre los autores y los lectores españoles no se debe a una pérdida de calidad en la obra de los primeros, motivo por el cual parece lícito descartar en este reportaje que los culpables de dicho divorcio sean nuestros narradores. ‘No creo que los últimos libros de Andrés Barba sean peores que los que publicaba en su día Martínez de Pisón; ni que Mercedes Cebrián tenga mucho que envidiarle a ningún cuentista de los 90 –dice Alberto Olmos, uno de los escritores que más atención presta, sobre todo en sus blogs, a la evolución de la literatura española-. El fenómeno Nocilla, por ejemplo, tiene una calidad infinitamente mayor que el torrente de realismo sucio que provocó el fenómeno Kronen’.
La nueva industria cultural
Así pues, descartada la posibilidad de que los narradores de hoy en día sean peores que los de antaño y apuntada ya una teoría sociológica al respecto, sólo cabe poner el foco de atención sobre la industria cultural y tratar de comprender qué responsabilidad pueden tener sus agentes en la pérdida de presencia de los autores españoles en el mercado y en el ‘rebajamiento del nivel de exigencia’ por parte de los lectores. Durante las décadas de los 80 y de los 90, el sector editorial estaba principalmente caracterizado por una suerte de elitismo que otorgaba un enorme poder a los suplementos culturales como prescriptores literarios y que proporcionaba un prestigio intelectual a aquellos ciudadanos que leían a determinados autores. De alguna forma, en aquel tiempo era comúnmente aceptado que quien devoraba un libro de Juan Marsé o de Javier Marías era una persona de altura intelectual, mientras que hoy en día cualquier ciudadano que le comente a otro que se ha leído una novela de, pongamos por caso, Rafael Chirbes o Manuel Longares se encontrará con que su interlocutor le responderá, sin ver ningún tipo de agravio comparativo en ello, que él se ha leído otra de Dan Brown o de E.L. James. ‘En los 80 y en gran medida en los 90, los libros eran para leer, mientras que hoy son un mero objeto de consumo –puntualiza Elena Ramírez, responsable de la editorial Seix Barral, uno de los sellos que más autores españoles de nueva hornada está publicando-. En muchos aspectos, la gente ya no compra libros por su calidad, sino porque todo el mundo habla de ellos, y nadie quiere quedarse al margen’.
Este clima de indiferencia respecto a la calidad de las obras puede en gran medida venir propiciado por la época que nos ha tocado vivir, pero también puede haber sido generado por los cambios experimentados por el sector editorial, el cual ha sufrido tres grandes revoluciones a los largo de los últimos veinte años –y no contamos la revolución digital, por ser demasiado reciente y, en consecuencia, por no poder extraerse todavía conclusiones sobre su impacto en los hábitos de lectura-, que Antonio Ramírez, copropietario de la cadena de librerías La Central, resume de este modo: ‘Uno, la irrupción de los grandes grupos editoriales; dos, la aparición de nuevos canales de distribución masiva; y tres, la implantación de los agentes literarios. El modo en que estos tres mundillos han cambiado la industria cultural explica el cambio en los hábitos de consumo y justifica la desaparición de la narrativa española’.
Bienvenido Mr. Marshall
Por otra parte, existe un tópico en el mundo de la literatura según el cual las editoriales están arrinconando a los escritores españoles en aras de aquellos autores extranjeros, especialmente anglosajones, que han triunfado cuantitativamente en sus países de origen. Evidentemente, la irrupción masiva de escritores extranjeros en nuestro mercado tiene muchos aspectos positivos, y así lo confirma el crítico de La Vanguardia Juan Antonio Masoliver Ródenas, para quien ‘durante muchos años vivimos ajenos a lo que ocurría fuera de nuestras fronteras y la literatura española se complacía de su aislamiento y provincianismo, pero hoy tenemos acceso a literaturas exóticas y nunca como hoy se ha leído tanta y tan buena literatura extranjera’, pero al mismo tiempo también es cierto que, oyendo hablar a los escritores españoles, se detecta cierto recelo ante la prioridad que la industria cultural está dando al best-seller extranjero en nuestras librerías. Ahora bien, si echamos un vistazo a los datos proporcionados por la agencia del ISBN, comprobamos que no es cierto que hoy se publique más literatura foránea que hace veinte años: en 1993 se publicaron en España 49.328 libros, de los cuales 2.390 fueron novelas hispanas –sorprendentemente, el ISBN no distingue entre España y Latinoamérica- y 10.904 traducciones, siendo 2.061 las procedentes del ámbito anglosajón, mientras que en 2012 salieron al mercado 104.724 libros (el doble que veinte años atrás), de los cuales 6.521 fueron novelas hispanas (el triple que entonces) y 23.063 traducciones (el doble), siendo 6.251 las del mundo anglosajón (es decir, prácticamente la misma cantidad que hace veinte años). Así pues, hoy publicamos el mismo volumen de novelas escritas originariamente en lengua inglesa que hace veinte años, pero tres veces más de obras redactaras directamente en castellano. Entonces, ¿por qué los libros más vendidos no son en su mayoría españoles?
La respuesta a esa pregunta tal vez venga dada por esa singularidad de nuestro entorno cultural que podríamos bautizar como ‘Complejo Bienvenido Mr. Marshall’, el cual se caracterizaría por cierta tendencia de los españoles a considerar que lo extranjero siempre es mejor que lo nacional, idea que habría ido calando entre nuestros lectores –y también autores- hasta el extremo de que se habría producido un rechazo hacia esa narrativa nacional que en muchas ocasiones ni siquiera ha sido catada por quienes la desprecian. ‘En este país, los editores, la prensa cultural e incluso los críticos, así como los propios escritores, declaran a veces que sólo leen narrativa extranjera –denuncia el crítico y teórico Fernando Valls-. Entonces, si nuestros lectores siguieran esa misma lógica perversa, ¿por qué tendrían que leer a los autores españoles? Si consultamos la prensa de otros países, no hallamos ningún caso semejante. Ni en Alemania, ni en Italia, Argentina o México prefieren a los narradores de otras lenguas, superventas aparte’.
Pasión por los best-sellers
Por otro lado, resulta evidente que uno de los cambios de paradigma más importantes en estos veinte años ha sido la irrupción del best seller en nuestra industria. Esta eclosión de libros directamente confeccionados para ser vendidos masivamente ha traído de la mano, por qué negarlo, un incremento de los lectores, dándose en el mercado editorial una suerte de ‘rebelión de las masas’ que José María Pozuelo Yvancos, crítico del suplemento ABC Cultural especializado en narrativa española, resume de este modo: ‘Para que ciertas obras lleguen a millones de lectores, el nivel de esas obras necesariamente ha de ser más bajo, porque no todo el mundo tiene la formación y la trayectoria necesarias para comprender un lenguaje narrativo sofisticado o exigente’. El auge de una novelística tipo Dan Brown (¡18 millones de ejemplares vendidos en Estados Unidos!) ha traído de la mano un tipo de narrativa absolutamente ajena a la excelencia literaria, pero totalmente acorde con esa idea de la literatura como mero entretenimiento. De hecho, hace veinte años los agentes culturales de este país se jactaban de que nuestro mercado era inmune a este tipo de narrativa comercial –pese a que en aquel tiempo ya triunfaban autores como Noah Gordon, J.J. Benítez, Ken Follett…-, pero en estas dos décadas los best sellers de corte anglosajón se han masificado hasta el punto de alcanzar los renglones más elevados de las listas de más vendidos, arrinconando de paso a un tipo de novelas que hace dos décadas se habría impuesto con mayor facilidad.
Pero, ¿acaso la aparición de este tipo de novelas de corte popular no ha multiplicado el número de lectores y, por tanto, ha ayudado a mejorar tanto el nivel cultural de la población como el tejido industrial del mundo del libro? Es innegable que la diversidad del ecosistema literario español es hoy más equitativa que en 1993 –el ISBN destacaba que las traducciones se han triplicado- y que, en consecuencia, la industria es en la actualidad más plural que antaño. Pero también es cierto que la aparición de grandes superventas puede haber hecho que muchos escritores españoles ya no sólo sueñen con ganarse el respecto de la crítica especializada, sino que también aspiren a un éxito comercial normalmente desligado de la excelencia literaria. Y estas dos circunstancias –calidad y cantidad-, al menos en nuestro país, no suelen ir de la mano. ‘La queja de Javier Marías es un clásico del mundo culto contra el de los superventas –comenta Sergio Vila-Sanjuán, responsable del suplemento ‘Cultura/s’ de La Vanguardia, así como autor del ensayo ‘Código best seller’ (Temas de Hoy, 2011), donde analizaba el fenómeno de los superventas tanto en nuestro país como en el extranjero-. Desde la Edad Media europea, y especialmente a partir del siglo XIX, existe un doble canon: el de los libros que tienen éxito popular y el de los libros que reciben el espaldarazo de la comunidad intelectual. Julio Verne y Gustave Flaubert fueron contemporáneos, como lo son Frederick Forsyth y Kazuo Ishiguro. Y en raras ocasiones algunos autores consiguen la doble aceptación, del público amplio y del mundo culto, como fue el caso de Dickens y ha sido el de García Márquez o el del mismo Javier Marías con ‘Corazón tan blanco’.’
Para comprender el mordisco que la literatura popular ha dado al gran pastel de la industria cultural nada como echar un vistazo a la situación de las librerías independientes –supuestamente más preocupadas por la excelencia literaria que por su comercialidad- frente a los nuevos canales de distribución tipo hipermercados, aeropuertos o, en general, grandes centros comerciales. Actualmente, la venta en las librerías independientes supone un 34 por ciento del mercado editorial, un porcentaje que no está nada mal si lo comparamos con el de otros países como pueda ser Reino Unido, donde las cifras de ventas de las librerías independientes han quedado reducidas a un mísero 4 por ciento. ‘Hace veinte años, se vendían en los kioscos novelitas del oeste o románticas que vendrían a ser el equivalente actual de las novelas de usar y tirar –recuerda José María Mijangos, escritor y librero de La Casa del Libro desde hace unos quince años-. La diferencia es que antes costaban veinte duros y ahora las publican grandes editoriales con el precio cuadruplicado y la tapa llena de colorines. Los autores de aquellas novelitas cobraban una miseria y tenían una existencia modesta y oculta. Ahora van a congresos y salen en televisión. Pero el producto es el mismo’.
Así las cosas, tampoco debemos asustarnos dibujando un escenario demasiado desolador, ya que los lectores que conciben la literatura como una disciplina artística siguen comprando de un modo constante e incluso es posible que su cantidad haya aumentado. En otras palabras: aun cuando la oferta de ‘narrativa de entretenimiento’ haya crecido, el lector culto continúa fiel a un tipo de novelas de mayor calado intelectual. ‘Esto se demuestra viendo que, en estos tiempos de crisis, se produce un descenso en la venta de los best sellers, pero no de los libros de calidad –asegura Juan Manuel Cruz, de CEGAL-. Así pues, el público lector de calidad se mantiene fiel y estable, mientras que el de best seller es un público infiel que acaba marchándose’.
La esperanza
En un reportaje que analiza qué ha ocurrido en estos veinte años para que se haya producido semejante ‘rebajamiento del nivel de exigencia’ entre los lectores españoles, no podemos dejar de lanzar la siguiente pregunta: ¿qué pasará dentro de veinte años, esto es, en 2033? Una posible respuesta, en este caso proporcionada por Alberto Olmos, vendría a decir que en un futuro no muy remoto, y a tenor de la evolución que los hábitos de lectura están mostrando, la lista de más vendidos de 2013 nos parecerá deslumbrante en cuanto a su calidad, pero otra contestación menos deprimente vendría de la mano de Elena Ramírez, quien se pone algo romántica cuando dice que ‘todo indica que la literatura del futuro será absolutamente banal, pero, cuando viajo a Nueva York, compruebo que últimamente se han puesto de moda las librerías independientes, las cuales parecían a punto de extinguirse, y siento una oleada de esperanza. Se está produciendo un resurgimiento de los locales dedicados a las novelas de calidad y deseo que lentamente se vuelva a imponer un tipo de literatura que, aun siendo a estas alturas minoritaria, continúa gozando de una enorme calidad’.
(Reportaje publicado originariamente en ‘Qué Leer’, nº 192)